Sin el relato de una hoja, el viento no contaría su historia.
Sin el columpio del mar, tampoco conoceríamos su forma.
Y su aroma, sin las mañanas nada emanaría de sus cortezas.
Pero, ¡si hasta el más leve y mudo sigilo, la más perezosa renuncia y la más absurda pobreza anónima de esencia llevan un nombre!.
Un grito ausente, muecas de algo.
El cuerpo que se ondea y pierde su movimiento. Ahí. Justo ahí, también es un epígrafe de algo.
El perfume de sus manos, siempre a la altura de las yemas. Pero que aún secas, aún prensadas y escurridas, pueden gotear algo de ese aroma.
Entonces, incluso así, sin el relato de esa hoja; sin el columpio de esas aguas; sin las mañanas de esas horas…
el viento de todas maneras confesaría.
Y el silencio, aquel que sabe no decir nada; y la abulia, aquella que sabe pasar por ignorada; y el desconocimiento absoluto de exhalación. Todo será anagrama. Sombras de las palabras. Sobras de otros nombres.
Otros verbos.
Y otras voces.
No la mía.
Por lo menos, no hoy.
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